Cuando te enamoras piensas que has llegado al final
de esa búsqueda consciente o inconsciente de tu supuesta media naranja. Eres
feliz y te lanzas a ciegas a un futuro imaginado a lo largo de tu vida. Es el
AMOR en mayúsculas. Olvidas todas las historias que has tenido antes. Esas que
terminaste con un “nunca querré a nadie como te quise a ti”. Porque al final
siempre quieres más al siguiente, siempre sientes más por el siguiente, siempre
crees que el siguiente será el último.
Y una ruptura es fácil, dentro de lo difícil que
es, cuando no hay hijos por medio. Es un hasta pronto o un “espero no verte en
lo que me queda de vida”. Sigues tu camino limpiando los restos de ese amor que
creíste para siempre y sin saberlo (sin quererlo) te pones en el mercado y vuelves
a empezar.
Pero cuando hay hijos por medio pueden suceder dos
cosas: que los padres sean como tienen que ser o que no lo sean. Y que
conste que en padres hablo en genérico, con ese machismo que incluye tanto a la
madre como al padre, olvidando los nueve meses que llevamos al bebé en nuestro
interior, la conexión que se crea con ellos, el amor incondicional, ese
maravilloso sacrificio que (creo) nos da derecho a cambiar por una vez y poder
decir “madres” por más raro que ahora nos parezca....
Soy madre. Adoro a mi hija. Violeta es lo mejor que
me ha dejado una relación que imaginé para siempre y resultó ser para
nada. Ella me llena de alegría, me hace olvidar todo lo malo que la vida
nos pone delante. Ella justifica cada una de mis penas y todas mis alegrías.
Soy madre y es lo mejor que me ha pasado jamás. Es la única relación que estoy
segura de que será para siempre y por eso doy gracias.
Pero las relaciones se rompen y los hijos también
las sufren. Llega el ponerse de acuerdo. El decidir tiempos, fechas,
emociones... la famosa frase “¿a quién quieres más a tu papá o a tu mamá?” se
convierta en el lema oculto. Pero si todo fuese como tiene que ser, no habría
problema. Si los dos fuesen como deben, habría respeto, ese que deja el cariño
de algo que en un tiempo fue amor. Si los dos fuesen como se debe, ese hijo no
sería una moneda de cambio, un objeto utilizado para hacer daño, una obligación
con días contados y que le devuelven a la madre manos desconocidas que
pasarán a la colección de ese amor que pudo ser y no fue. Porque si el padre
fuese como tiene que ser, no podría vivir sin las sonrisas de esa hija, sin los
bostezos de las mañanas antes del colegio, sin las peleas que terminan en
abrazos…A esto lo llamo yo Valores y Prioridades. Si el padre fuese como tiene
que ser, no habría peleas por "hipotéticas" custodias compartidas,
por el simple hecho de fastidiar y no pasar la pensión de alimentos....claro
que también hay quien la proclama a los cuatro vientos y no la pidió jamás.... y si tuviésemos que definir ese repentino
interés podríamos darle diferentes calificaciones y ninguna de ellas estaría
teñidas de una sincera humildad…
Yo ya he hablado muy a menudo de mi oposición a la custodia compartida
por muchas razones.... básicamente opino que confundimos la igualdad con la
madre naturaleza... creo a priori que el bebé de cualquier género debe estar
con su madre. Aunque obviamente hay padres maravillosos con Valores y
Prioridades, esos que le hacen el complemento perfecto, el engranaje adecuado
para que todo funcione aunque el amor entre la pareja haya agotado los finales
felices y las perdices que no acabaron por comer… Y quiero dejar claro que creo en todo tipo de
familias, esas formadas por dos madres, por dos padres, por una madre o por un
padre… porque el amor es fuerte y no sabe de sexos… el amor sabe sólo de amor y
no de peleas por custodias… pero esa es otra historia…
Porque todos nos hemos enamorado y nos
enamoraremos. Y los hijos siguen ahí con sus necesidades, con sus miradas en
silencio… esas que nos vuelven soldados, heroínas que les salvarán de la
catástrofe, que pelearán porque sean felices cueste lo que cueste… Porque si
tanto el padre o la madre fuesen como tienen que ser, no habrían custodias
compartidas y todo sería mucho más sencillo…